Un día me senté a observarme; quise ver lo que llevaba por dentro; fue como un auto reflejo; me miré bien adentro y me asusté.
No pude creer que podría llevar todo aquello en lo más profundo de mi ser; no me pude detener, seguí.
Algunos los tenía bien guardados, otros en forma de disimulos, el resto abiertamente.
Mi mente, confundida, trataba de digerir mientras tragaba saliva; no me resistía, la curiosidad ya me carcomía.
Pensé y dije, ¡vaya!, pero esto debe tener alguna salida, algún escape; ¡no puede ser que estén allí y yo sin enterarme!
Pues la verdad, no estaba seguro; aquello en lo profundo viviendo como un hongo, ¿Cómo pudo estar en ese sitio bien oculto?
No había nadie en mi interior que me rescate, o al menos eso pude deducir; ¿Quién podría todo ese coctel ingerir?
Esos sentimientos con los cuales convivía por dentro son impresionantes; no lo sabía, no sabía que estaban creciendo.
No supe que existían hasta que aquel día cuando me senté a reflexionar sobre mí las encontré ¡feliz!
Quizás son aquellos a los que llamamos reprimidos, esos que a propósito las olvidamos y enterramos en el vacío.
Cuanto más me observaba por dentro, más de mí yo oscuro encontraba; no había luz que me iluminara.
Hasta me entraba la duda de si soy una real buena persona, o una destructora; mi corazón se me volvía una locomotora.
Pero al final, de tanto observarme, de escudriñarme, de auto preguntarme, me di cuenta de que estaban guardados por algo.
Ocultos, apagados, como el dolor, la derrota, la desilusión, la decepción, la perdida, el rechazo y el desamor; todos en un mismo lugar, alojados.
\"Fueron frutos mal cosechados a causa de mi pasado\".