En el sendero de la vida, donde las normas divinas guían,
caminan los fieles, con sus corazones confiados y decididos.
Respeto profundo en sus vidas, por el Creador anidan,
y en cada paso, en cada acto, sus preceptos son seguidos.
Como árboles plantados junto a ríos de aguas claras,
así son aquellos que en Su palabra meditan día y noche.
No temen al viento, ni a la tormenta, ni a las horas amargas,
pues en el amor de Jehová, encuentran su más firme derroche.
La felicidad no es un misterio, ni un enigma sin resolver,
está en el amor a lo justo, en rechazar lo que a Él desagrada.
Es un camino de elecciones, donde hay mucho que aprender,
y en cada enseñanza, una promesa, una bendición otorgada.
David, el poeta rey, en sus salmos lo expresó con fervor,
cantando a Jehová, encontró en Su presencia la alegría.
Y en su arpa resonaban las notas del más puro amor,
declarando que en la senda de Dios, hallaría la vida.
Así, quién teme a Jehová, no como al temor se le conoce,
sino con la reverencia de quien Su grandeza ha comprendido.
Andará en sus caminos, y aunque el mundo se estremezca y roce,
encontrará en cada mandato, un tesoro escondido.
Porque temer a Jehová es abrazar la sabiduría,
es entender que en Su justicia, hay un amor infinito.
Y en el respeto a sus normas, en la obediencia que guía,
está la clave de la felicidad, del más sublime rito.
Que cada palabra de la Escritura, sea luz en el camino,
y que en el respeto a Jehová, cada corazón se encuentre.
Porque en el andar de sus caminos, no hay destino más divino,
ni mayor gozo que en Su presencia, donde el alma se adentre.
Felices los que entienden que en el temor a Dios hay amor,
que en el seguir de sus pasos, hay una paz que todo lo llena.
Y que en el respeto a Su palabra, en el cumplir con fervor,
se halla la senda de la vida, la verdadera y eterna cadena.