Carlos Eduardo

11-sep-2001

Te recuerdo

 

María. (*)
Todavía te busco,
sé que estás viva,
tengo tus cartas, el diario que leías cuando te conocí, las caracolas recogidas juntos en la playa desierta en enero de 1971,
la corbata regalada por tu padre y el cuadro pintado por tu madre.
Y en todo, algo cambia, años tras año,
El lugar de emplazamiento de la ciudadela, el bosque, la playa, la torreta, mutan leve pero notoriamente en mis visitas.
Dónde vivías, los parques, plazas, cafés,… existen, sin variaciones. 
La casa de tus tíos, en 1972, la habitaba ya otra familia.
El 11 de septiembre de 2001, en el centro de Santiago, tomaba un café antes de dirigirme a una reunión, en directo veía los aviones chocando las torres gemelas; entonces, pasaste, te vi por el ventanal, salí a la calle, te habías esfumado.
No logro encontrarte.

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(*) LYNDA MARÍA

                    Tendré que buscarte más allá de las palabras, el gatito no llegó; cuánto lo esperé mirando desde el balcón su venida a estas tierras lejanas; sí, sé que no es un minino volador; debe cruzar mares, cordilleras, ríos,... guiarse por sus instintos, descansar, llevarse sueños, encender sus ojos para atravesar la noche,...

Mas, mientras conversaba con el miau del vecino que mira hacia el cielo para evitar el saludo, oía música de los Beatles, ejecutada por la orquesta  sinfónica de Rumania.

                    En ese instante, ella me dijo que ella no era ella, le pregunté entonces, ¿quién eres?, una penumbra, me contestó y ¿tú? el que cree amarte, pero si sólo eres una silueta ¿dónde está tu yo verdadero? no muy lejos en una ciudadela detrás del bosque.

                     En eso tenía puesta la mente cuando nuevamente apareciste un poco despeinada por el viento de mediodía, y me preguntaste, en qué estabas. 

 De golpe caí, mi ensimismamiento respondí, se debía a qué pensaba sobre tu yo verdadero, cómo sería, no podía siquiera imaginármelo, me era ajeno, distante, impenetrable.

                    La semana pasada fui más allá del bosque, se extendía una playa inmensa, las aves emitían graznidos, la mar azul tenía las tonalidades de las marinas pintadas al óleo, navíos cruzaban a lo lejos, hacia el norte y hacia el sur, caminé en ambas direcciones por la arena, no había nada ni nadie, ni alma a quién pedir una guía.

                    Dijiste, es que esa ciudadela la estoy construyendo ladrillo a ladrillo, los planos están completos, su vida se desarrolla normalmente en mi mente, para cuando esté terminada podrás visitarme, en tal momento comenzarás a dilucidarme.
  Por favor disimula, haz como si fueras enteramente tú la que estás aquí presente; estoy vagando por los terrenos de la sinrazón, extraviado.

                    Me dirás que no puedo amar lo que desconozco y en eso tienes razón; subamos a la torreta de los guardabosques para ver la ciudadela, juntos; me seguiste por sinuosos caminos de hojas cansadas de aguardarnos, alcanzándola, se veía alta, ubicada en una colina. En el trayecto pensé en voz alta, no me siento seguro si es necesario tanto devaneo, nuestra alma es una partícula de una gran alma, siempre nos sentiremos que nos falta algo hasta no integrarnos a ella, a ti te sucede lo mismo y al unirnos nos sentiremos plenos; así y todo, queremos más, sin detenernos; para la mente, el espíritu y el cuerpo sucede lo mismo; tu parecías aletear a través del rumor del tiempo difundido en el espacio con sabor a tristeza, olor a mar; juntabas las gotas, las que no se hacían esperar, agua celeste, luciérnaga de colores divinos, en ella eres igual a los ojos de una dulce gata que maúlla, gruñe, rasguña,...

                    Nos facilitaron catalejos; pero sí he estado allí antes; me habías señalado el lado oeste y no el sur, por eso no pude dar; es un villorrio despoblado, de haberme dirigido ahí, seguramente te habría encontrado. No, te equivocas, no la estás viendo con mis ojos, es misteriosa, mirarás a través de mis sentidos, te iré contando las imágenes detenidamente, me asentirás con un gesto; allí, tampoco me habrías reconocido ni yo a ti. Para los visitantes, no hay gente, las fachadas les parecen derruidas; sin embargo, todo es nuevo, manteniendo las formas de hace 2 siglos, hay vida activa, educación, biblioteca,  basílica, parroquias, universidad, colegios, parques, plazas,  comercio,… nada falta a lo que una sociedad hace. Observa lejos verás un campanario elevado con cuatro conos de cobre y uno mayor de oro, las arboledas a su lado son del jardín botánico, ese edificio con enredaderas en sus muros es la universidad, así sucesivamente le fue nombrando las edificaciones y lugares más representativos. Podré ir para estar contigo; no te adelantes, sí, lo puedes hacer, me encontrarás en las salas de estudio de la universidad, no sabrás quién soy ni yo sabré quién eres.

                    En tanto, para mis adentros me decía, habrá un día dónde no exista el arriba y el abajo ni el dentro y afuera y menos el tú y el yo; todo el espacio contendrá el tiempo y el tiempo a la inmensidad; las tonalidades de infinitos colores campanearán en nuestros oídos con los sabores más intensos olor a jazmines, que recorreré con mis manos hasta hacerlas brillar...

                    Comenzaba atardecer, los guardabosques nos invitaron a tomar café, eran amables, ágiles, despiertos; nos preguntaron de dónde éramos, yo le dije, soy de Santiago, estoy aquí en la casa de unos parientes por vacaciones; mi sombra, mencionó la Ciudadela, ah, nosotros también somos de allí, vivimos en las poblaciones de artesanos, ambos somos hijos de artesanos, trabajamos la piedra y usted de qué lado es, vivo en el barrio cercano a la universidad, mi padre es sastre y mi madre pinta; nos permitirían, pasar la noche aquí, quiero mostrarle más a mi guardián, rieron; bien les prestaremos unos ponchos,…

                    Oscuro, las estrellas estaban en un enjambre de luz, niebla, sin luna, el susurro del oleaje oíamos; le dije, tú eres como un sol para mí, me alumbra, siento su calor, brilla en mi corazón, me huye. Quizás un día me sepas, mañana volverás a tus estudios y yo a los míos; me puedes visitar a mi universidad, es cosa que llames a la puerta adecuada, será fascinante, ninguno de los 2 sabrá nada del otro, salvo de nuestra juventud.

Recuerdo cuando nos conocimos, leías un periódico sentada con una taza de té en el café Ritz del centro de Santiago era la primera semana de clases en la Universidad, el segundo día cuando las bromas son algo crueles para los mechones, me senté enfrente tuyo con un libro de Nietzsche, Aurora, una traducción deplorable, quería abandonar su lectura; no veía tu cara; pero sabía que eras una dama por las mangas floreadas de colores vivos; pedí un cappuccino, luego lo trajeron, mientras leía los titulares de la primera plana de tu diario abierto, uno me llamó la atención, decía Tropas de EEUU invaden China. Exclamé, ¡no puede ser!, te mostraste sonriendo y te escuché decir, también creíste; era un pasquín.

Así comenzó todo, le entregué mi nombre y dirección escritos en una servilleta, le pedí enviarme una carta cuando quisiera.

A mí me había gustado, era dulce con expresiones nada santiaguinas, algo arcaicas, ajustadas; me quedaron cascabeleando.

Regresé a mi casa, tenía una carta, supe su nombre, yo intentaba leer entre líneas, era demasiado aguda para mostrar sus cartas; le contesté in extenso, pidiéndole reunirnos dónde ella fijase.

En la siguiente carta, me señaló fecha, lugar y hora para juntarnos, era un café enfrente a una plaza en el sector de la Reina, llegué con un chocolate, se lo regalé, nos saludamos animados, nos servimos unos jugos; habían transcurrido 2 meses desde el primer café; salimos tomados de las manos, caminamos por la amplia plaza, nos sentamos bajo unos árboles frondosos que se deshojaban, la besé y me correspondió; me seguía a su manera, yo dudaba, casi nada sabíamos el uno del otro; sin embargo, mi corazón palpitaba a un ritmo desconocido antes para mí, ella iba más lento en la demostración de sus emociones, un rubor pálido en sus mejillas, sus manos ligeramente más tibias y una que otra sonrisa entornando los ojos.

Era diciembre de 1970, no tenía noticias de Lynda desde fines de marzo; entre Navidad y Año Nuevo visité a mis tíos. Lo primero que hice después de saludarlos, disponer del dormitorio, mi ropa, cepillo de dientes, etcétera, fue ir a la Torreta; subí a conversar con los vigilantes; me informaron que efectivamente en la Universidad de la Ciudadela había escuela de verano que se desarrollaba durante 4 semanas, abierta a todo público en horario de 10:00 a 12:00 AM a partir del primer día hábil de enero.

   Cómo sabía del cambio de turno de los guardabosques a las 8:00 AM, me llevaron en una camioneta verde a la Ciudadela, abrieron un portón oculto por árboles, dejándome en la puerta del recinto universitario. Esperé a que abrieran, pregunté cómo llegar al aula de la escuela de verano, aguardé afuera de las puertas para observar a cada uno de los que llegaran; más tarde supe que no era la única entrada, entonces me sumé a las clases, esa jornada desarrollaban la literatura de las primeras civilizaciones, 15 minutos antes dl término pregunté donde había un casino y si atendían, me dieron las señas, quería esperar y volver a la entrada del aula para ir reconociendo uno a la salida.

Entré al casino, en una mesa una estudiante tejía junto a una taza de té, como la primera vez, me serví un café, parecía Penélope esperando a Ulises, me senté frente a ella, le pregunté, qué tejía, me contestó con una sonrisa que tejía sueños, en ese instante, aunque no la reconocía, sabía que era ella; continuó: me retiré antes, no quería repetirme lo último, ¿y tú?, yo vengo en búsqueda de una estudiante que se llama Lynda, ¿la conoces?, ¡no!, vive con su padre, sastre, su madre, pintora, y creo que con una hermanita algo menor, ¡ahja!, coincide conmigo, pero yo me llamo María. Ahora me parecía ser la misma Lynda; sabes estuvimos como algo más que amigos entre abril de 1969 y marzo de 1970 primero en Santiago y luego aquí cerca en Quilpué. No me estarás confundiendo me dijo; puede ser, cambié de tema, pidiéndole que me contara de sus sueños; paseamos por el jardín botánico, aspiraba profundo transportándome en sus velámenes planeando por a través de montañas nevadas, lagos verde esmeralda, selvas tropicales, oteábamos sobre la cabeza de monjes orando al pié de los Himalayas, penitentes de nieves eternas.
    Ese verano estaba dichoso, poco a poco nos fuimos complementando hasta volver realmente a amarnos, asistimos a todas las clases que disfrutábamos más después de estar en ellas, nos reíamos de ciertas expresiones de los profesores, éramos 2 niños enamorados jugando. 
    Volví a la Ciudadela el año 1972, pero no existía, recorrí palmo a palmo el lugar; entonces quise saber por los guardias qué había ocurrido; la Torreta, era una construcción derruida, abandonada, en escombros, perdí la razón, no he vuelto a saber de ella, de Lynda María.
FIN
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