La piedra inerte
no siente el frío que provoca tu ausencia.
El viento la acaricia de manera infinita
y muy despacio , casi eternamente
le da una forma caprichosa.
Pero es inerte y no llora.
Ni sonríe al sol tibio de la mañana.
La vieja parra del corral
encalada y retorcida
no entiende lo mucho que me reconforta,
sus ásperas hojas anaranjadas
me dan una sombra aún deseada
estos primeros días de otoño.
Ella no comprende la incongruencia
de sentirte tan cerca, aún no estando.
El cielo es una tapadera azul inmensa
te recoge a ti y también a mi.
Nos alimenta a los dos con su claridad.
Una piedra,
en la base del tronco de una vieja parra
cuyas débiles hojas tapan el cielo
para que solo pueda ver tu imagen.
Y tenerte entonces, como siempre,
aunque no estés.