Hay noches en que el silencio
va tomando la forma de las cosas;
noches que dejan su huella
hundida en la cama, temblorosa
como dos manos viejas.
Hay noches ruidosas
que llegan como una bala
a matar el alma,
a hacerla trizas y echarla afuera,
con cierto repiqueteo de fastidio en los oídos.
Pero ya sean silenciosas
o ruidosas las amo;
las camino por las calles despobladas
del barrio;
las siento en mi cuerpo
como una vibración de grillos
cantando para mí solo
a esa hora justa en que todo duerme a veces;
en que se calman los brazos del hombre torvo;
en que abren las flores
sus fragancias nocturnas,
sus multicolores paletas;
en que la espuma de un jabón
echado en la acera secó
dejando su huella albina
pegada, como una baba de gusano,
en el polvo.
Hay noches, en fin,
con un cierto toque de ociosidad
en cada uno de sus costados,
noches abiertas
en las que mi alma se refugia
entre las sombras
de sus fantasmas, y muere.