En el sendero de la vida, errantes pasos vamos dejando,
cada huella, un relato; cada gesto, un pesar o un halago.
Más cuando el alma se torna oscura, y el corazón, cargado,
buscamos en lo alto, un faro, un guía, un abrazo.
Jehová, en su infinita sabiduría, observa y escucha,
no solo los actos, sino también los susurros del hermano que lucha.
El pecado, una sombra que a todos alguna vez toca,
se disipa con el arrepentimiento, como la noche ante la aurora.
Arrepentirse es más que un sentir, es un obrar,
es cambiar el rumbo, es volver a empezar.
Es reconocer el error, es buscar la verdad,
es sentir la tristeza por el mal, y anhelar la bondad.
La esperanza nunca se desvanece, siempre está presente,
como el sol que tras la tormenta, emerge resplendente.
Jehová perdona al corazón contrito, al espíritu que se humilla,
al que busca su rostro con sinceridad, sin doblez ni astucia.
Porque el amor de Dios es un océano vasto e inmenso,
donde todo pecado se diluye, si hay arrepentimiento intenso.
Así que al errante, al perdido, al que busca redención,
Jehová le extiende su mano, le ofrece su perdón.
Que regrese a Jehová, el que se ha alejado,
que busque su rostro, el que se ha extraviado.
Porque en su palabra, en su promesa, en su amor,
encontramos el camino de vuelta, encontramos el mejor tesoro.