El aguafiestas de lluvia había escampado
y la niebla del otoño se había retirado,
vencida por el valiente sol de la mañana,
mientras Alicia el aroma de petricor imbuía.
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Lúdicamente desordenó la alfombra floral,
pateando a cada paso la hojarasca, y así,
ortogándole espontáneamente el breve placer
de bailer vestida en sus trajes coloridos.
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Se adventuró más en el encantamiento,
una gruta forrado con un tapiz de folleje
en tonos ocre, rojo, anaranjado y verde,
diseñados por el instinto sensible de la natura.
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Miró hacia las capotas de los árboles,
una ráfaga sus hojas tejidas despeinó,
impulsándolas en desorden hacia abajo,
acariciando su cara en una final despedida.
*
Como si estuviera encantada se quedó quieta
para admirar la unicidad de su entorno,
aunque todavía era una niña, sentió el deber
de proteger la fragilidad de este santuario.
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Con una intención decisiva ella regresó a casa,
su mente rebosante de inspiración para
escribir un poema, con el fin de capturar
la belleza de las maravillas del otoño.
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David Thorpe ©®
El cuadro de propio pincel