Sombras de amor
Cuando el sol en su ocaso tiña el cielo, cual oro,
y la brisa nocturna susurre en tu ventana,
pues... guárdame en tu pecho, tu alma, cuyo tesoro
conserve en un secreto la dicha cotidiana.
Así, seré la sombra que vague cada noche,
el eco de un suspiro perdido entre la bruma;
seré como un lucero sentado sobre un coche
y... guárdame en tu pecho, lugar que me perfuma.
Y mientras las estrellas alumbren el camino
y lleguen poco a poco tocándote la piel,
seré el murmullo alegre, buscando amor divino.
Pues, guárdame en tu pecho, tu pecho cual vergel.
Un día, en la distancia, que busques tierno abrigo
y todas las palabras se pierdan en el viento,
seré yo quien te escuche, pues siempre estoy contigo,
no dudes en buscarme, muy dentro, en tu aposento.
Samuel Dixon