En el espejo de tus ojos,
donde la luna tiembla y calla,
he visto un río de silencio
desbordar sus aguas.
Tu mirada, cristal herido,
se mece entre sombras blancas,
y en sus remolinos secretos
danza la alondra desolada.
No mires mal, que me pierdo,
ni cierres las pestañas:
son dos navajas dormidas
que en la penumbra me matan.
Oh, tus ojos, puente y abismo,
tierra de olivo y de lágrima,
donde el tiempo muere despacio
y mi alma se desangra.