Soledad del alma que lentamente muere
más allá de lo que el destino tenga marcado,
en la sucesión de las noches y de los días
en la vorágine del tiempo que tan solo va pasando.
Es el corazón que va recogiendo la fiebre
de las sombras que de a una se van escapando,
y el vino que solo atenúa el dolor de las heridas
hasta que en el cuerpo solo continúa temblando.
Olas de un ayer que en un silencio vuelven
para doler en la lágrima que también ha regresado,
y que en la memoria vuelven a ser vividas
para poder escapar por un instante del pasado.
Sombría la existencia donde nada se prefiere
a encallar de pronto en un gran letargo,
donde gira el universo si miro hacia arriba
y todo es oscuridad si miro solo hacia abajo.
Todo es místico hasta aquello que ya no duele
aquello que fue grande hoy es pequeño en mis manos,
todo está escondido en mi propia lejanía
en las huellas invisibles que detrás he ido dejando.
Siento en mí la marca que me señala en lo ausente
en esta quietud que me lleva hacia lo trágico,
y en esta soledad que mi cuerpo aún necesita
siento como la muerte suavemente me va llevando...