En la península de tus ojos, el horizonte limita el cielo y el mar,
como el agua al fuego eterno, borde sin fin
donde viven el diablo y la paz, la luz y la oscuridad,
mi cuerpo y tu alma.
Esos ojos que son puente y camino,
aliento desbordado de excitación.
Ese aliento nos une y nos disfraza de flores.
Qué agonía verme en tus ojos y no ahogarme en ellos,
qué agonía ese umbral eterno,
como una sombra tras la cortina,
como un tizón que no se quiere apagar.
Qué agonía saber que estás ahí,
detrás de esos ojos que me miran con calma,
una calma que no puedo alcanzar.
Paulina Dix