Francesco Alaniz

UnĂ­sono

Si no se puede ir a la patria

la patria viene a uno,

se salpica el alma

de matices universales

que evocan unisonamente 

a la universalidad.

 

Días de desarraigo,

tambaleantes y vulnerables,

escribiendo con los ojos inundados 

por el oceano de emociones 

que brota desde las profundidades 

de la sensibilidad.

 

Desear entrar en el descanso anhelo,

 no a la muerte, ni al reposo físico,

sino al del espíritu,

que divagando errante entre

geografías insólitas

y peregrinando de un corazón a otro,

se diluye la realidad.

 

Un vaivén indescriptible,

un sendero de intensiones

guiado por deseos,

impulsado por emociones ,

y la neblina de los anhelos

distorsiona el rumbo certero.

 

Como un barco que transita contra toda marea,

tambaleante y desafiante,

como si exorcisace este a las siniestras olas,

impetuoso y sereno,

con un océano por delante

aunque pareciera que del charco nunca hay avance.

 

Si romancear con el agua pudiera,

comprendería que es como navegar en tierra,

como si los remos condujeran 

hacia donde no hay ninguna certeza.

 

Abandonarse al enigma de la vida,

refugiarse en lo intangible,

en lo materialmente insostenible,

pero que espiritualmente 

es lo único factible.