Esparciré la noche a cuatro vientos,
por acres naranjales, por olivos;
cenizas conjuradas, granos vivos,
bajo claros de luna amarillentos.
A contraluz: relampagos y montes;
a contrasombra: truenos y caballo.
Antes de que sus voces cante el gallo,
la ira degollará los horizontes.
Llevaré al camposanto tanta noche,
responso que la vida no merece.
¡Oh, cochero, que llegas con tu coche!
¡Río, cuyo caudal jamás decrece!
Decidle esto a la muerte y su derroche:
«Te aguarda entre los montes; ¡aparece!»
Claudio M. López ©