No hay valentía más absurda que la de la fragilidad
jugando frente al coloso que respira su derrota.
Apenas nacida,
ella llegó al mundo sobre un lecho oscuro,
bajo la sombra de bigotes como sables,
colmillos hambrientos
y una lengua áspera que prometía heridas.
Conversó con el abismo,
pidió clemencia en un idioma que no se entendía.
Rogó, sólo por esa vez,
por la dulzura del instante.
Sus ojos fueron lanzados:
recorrieron mi alma,
atravesaron mi carne
como el filo de un hacha,
pesada y filosa.
No quiero saber qué será de mí
cuando su mirada,
que ahora es sólo un rayo fugaz,
se pose sobre mí como un juicio,
como su bien más preciado.