Carajos, quisiera arrancarte de mi pecho,
borrar tu nombre de cada rincón de mi memoria,
pero ahí estás, como una sombra insolente,
danzando en mis pensamientos, burlándote de mi dolor.
Quiero que tu recuerdo deje de invadir mi cabeza,
que cada vez que cierro los ojos
no encuentre más lágrimas por ti,
sino un vacío limpio, un descanso puro.
Mis suspiros largos, esos que escapan en la soledad,
los desperdicio en un eco que aún lleva tu voz.
Quiero que sean para otra piel,
para otro aliento que no lleve tu veneno.
Es enfermizo cómo tu rostro
se cuela en mis momentos más íntimos,
cómo mi cuerpo, traicionero,
aún te reclama cuando mi alma te desprecia.
Quiero olvidarte, pero el olvido no me escucha.
Quiero odiarte, pero el odio me devora más a mí que a ti.
Porque me hiciste daño,
y ese daño me convirtió en un mártir absurdo
que muere y renace en el eco de tu indiferencia.
Eras todo y ahora eres nada.
Un desperdicio de amor, un remolino de desprecio,
una espina que no quiero arrancar
porque la herida aún me recuerda que estuve vivo.