Ayer la noche,
la oscuridad dormida
en un hondo beso,
una leve caricia dada
bajo la mirada turbia
de la niebla en los ojos,
nuestros cuerpos saliendo
de las sábanas,
de la humedad tibia
de nuestro abrazo,
apenas la luz del alba
mordiendo la punta
de un cigarrillo
como luciérnaga obstinada
ante su momento breve
y sin pausa,
la prisa de tus pies
en la alfombra, cuando,
desnudo,
te asomas a la ventana
y ves el semblante apesadumbrado
de una ciudad
pegada al pavimento,
y ves tus manos
que aún tienen el olor
masculino
de mi entrepierna, en los dedos,
y hueles el aire
de la habitación callada
en donde aún flotan deseos
como invisibles
partículas esperando,
deseos impregnados
en las paredes tibias
de la alcoba...
Hoy el día,
y tus manos
cerrando las cortinas,
atendiendo los estatutos
del sudor en la carne,
poros que vuelven a abrirse
como flores
en un jardín
puesto
en la intemperie nuestros cuerpos,
vellos que asoman de nuevo
su inquieta seducción
rizada,
alientos
envolviendo
algo más que las bocas,
y el rojizo cielo
a nuestras tetillas
pegado...
Horas largas,
estiradas,
como queriendo asirse
del borde
de la siguiente noche.