Tus palabras yacen en el piano de un pecho entrecortado,
anhelan el tacto en el blanco y negro,
el palpar cromático y suave.
Se estremecen como un gorrión aterido de frío,
las respiro sin reservas y ya no me avergüenzo,
pues, en verdad, no son tus palabras,
son las mías
antes de llorar.