Dicen que vivir
es arriesgarse,
competir.
Pegándose a la cal,
ascendiendo, la dama de noche
huele el aire, la luna redonda
con betas marrones, el cielo
sin un atisbo de tormentosa
descendencia, la música endulza
el vino y las cervezas, y ella,
una lagartija salamanquesa,
atrevida, sale de su zona de confort
y se adentra en los confines de lo ignoto,
en una trampa de curiosidad
que, a la postre, le saldrá cara.
Se queda quieta, un click de inseguridad
hiela su sangre, le molesta ese foco
de la esquina —quién pudiera mover
de lado la viscosa luminosidad que suelta—,
y sigue adelante porque hacia atrás
es ya quimera, la música pinta hondas
solo perceptibles por ella dentro de la cal
que pisa, y, con la valentía que solo otorga
el instinto de supervivencia sigue, firmes
las patas como agujas en acerico, una mosca
como acicate a pocos metros, que para ella
son kilómetros, y sigue, con la convicción
que el verse entregada a la muerte concede,
de perdidos al río; y lo que no se imagina
es que la mosca es un dibujo de su imaginación,
un subterfugio que su mente se ha inventado
para impulsar sus patas hacia delante, risas
casi imperceptibles en la fiebre que su frente
va cobrando, el hambre es el mejor espabilador
que existe, la mosca la cree real, su pegajosa
lengua está salivando de deseo, los resortes
se preparan para dar el inminente salto.
Pegándose a la cal...
Todo era producto de una necesidad
de justificar su curiosidad, una ilusión
como otra cualquiera, un motivarse
sin precisar que el motivo sea cierto...