Noches sin tregua, solo el llanto de su hija rompía el silencio. Amanecía con el corazón encogido, la esperanza a cuestas y el dolor como fiel compañero.
Sofia, con voz suave, llamaba a su pequeña, llevándole el desayuno, una taza de café y su más ferviente deseo: que sanara.
Lavaba las ropas manchada por la enfermedad, sintiendo un nudo en la garganta.
Las miradas ajenas, llenas de compasión, no la engañaban. Sabía que la veían como una madre fuerte, entregada, un ejemplo a seguir. Pero solo ella conocía la profundidad de su sufrimiento.
La gente la admiraba, pero ella se sentía sola, cargando un dolor que nadie podía comprender.
A pesar de todo, seguía luchando, aferrada a un hilo de esperanza.
Un día, su sonrisa se apagó al encontrar a su hija. El dolor la envolvió, pero también la certeza de haber dado todo por ella.
Sofía se quedó inmóvil, la vida se había escapado de sus manos. Las lágrimas brotaron como una fuente inagotable, pero en ellas también floreció una semilla de esperanza. Sabía que su pequeña ahora descansaba, libre del dolor. Y en ese momento, en medio de la tristeza infinita, prometió vivir por ambas.
OneyCFCuba