Ӈιρριε Ʋყє ☮

Acúfenos

Yo siempre fui delicado de los oídos. Cuando era pibe, dos por tres andaba con otitis. El médico me daba unas gotitas y se me pasaba.

Ya de más grande, cada vez que iba a la pileta volvía con las orejas llenas de agua. Se me tapaban los oídos, y tenía que ir a que me hagan lavajes.

De tanto ir al otorrino, un día el tipo que se ve que ya estaba podrido, me enseñó a hacerme los lavajes yo solo, en casa, con una jeringa con agua. Desde entonces ya no tengo historia, cada vez que me joden me pego un jeringazo y a otra cosa. Tengo un jeringón que me compré para esos casos.

Pero lo que me quedó para siempre son los acúfenos. Es como un ruidito, un zumbido que se escucha todo el tiempo. Como un tono de teléfono, un La. Es un La perfecto, hasta alguna vez he afinado la guitarra con ese La. Es como tener un diapasón incorporado.

Con el tiempo uno se acostumbra y lo deja de escuchar. Es como si no estuviera.

Pero en invierno, cuando me resfrío o me congestiono o me engripo, es como que alguien le sube el volumen a los acúfenos y ya empiezan a joder. Sobre todo a la noche cuando te acostás y está todo en silencio, te suenan en los oídos y rompen un poco las bolas.

La cosa es que hace un poco más de un mes me agarré una gripe machaza. Estuve jodido, hasta fiebre levanté. Anduve zombie como una semana. Ahí los acúfenos se dispararon, ya me aturdían.

Lo loco que me pasó esta vez, que no me había pasado nunca, es que lo que escuchaba no era el tono de teléfono de siempre. Es como que era el La, pero modulado. Parecía, te juro, como la voz de un tipo que hablaba, no que hablaba, que repetía siempre la misma palabra. Pero no era una palabra de verdad, era una palabra que no existe, una jerigonza sin sentido, me entendés.

Bueno, la cosa es que el tipo repetía una y otra vez la misma palabrita pelotuda “EBRIGUANIS GONADÁI”

Ya se va a pasar, dije yo. Y fue así nomás, yo me mejoré y los acúfenos se fueron yendo de a poco como pasa siempre.

El asunto es que la semana pasada, un día que estaba lindo, yo salí a dar una vuelta, y cuando bajó el sol entró a hacer un frío bárbaro, y yo en la calle con una camisita. Me pegué una recaída de aquéllas.

Esa noche los acúfenos se descontrolaron. Ya no eran un tono de teléfono: era una moto con escape libre. Y el tipo venía arriba de la moto gritándome en el oído “¡EBRIGUANIS GONADÁI!, ¡EBRIGUANIS GONADÁI!, ¡EBRIGUANIS GONADÁI!”, como si me quisiera convencer de la pelotudez que decía.

Resultado que el domingo me lo fui a ver al Bocha de la farmacia, que estaba de turno, y le dije: “Dame un antigripal para caballos”, y me dio unas pastillitas que son milagrosas. Estuve un par de días tomándolas cada seis horas y se me fueron todos los síntomas.

Y a los acúfenos ya casi ni los escucho.