Aquí sentado, recordando mis vanas ilusiones, mis equivocadas decisiones que me arden como llagas en el sol.
El sonar de la campana de la desesperación que me suena por dentro, se apodera de mí en forma de fantasma.
Nunca debí salir a gritar que eras tú mi gran amada; ¡gran error! No debí usar esa palabra.
Como en una escena macabra, te fuiste de mí sigilosamente, inventando una historia.
Qué cosas tiene esta cuestión del amor en nuestras vidas, me salí de mis vías para impactar contra el muro de la pena.
Decir que fui alguien para ti y al final te fuiste de nuevo con aquel patán de tu vida, de tu vieja historia.
¿Cuál es el chiste que me inventaste, masticando mis sentimientos cuan agridulce chicle?
Yo, todo emocionado, creyendo que estarías para siempre a mi lado, pero qué pobre maldito iluso.
Al primer mes de estar juntos me dejaste como esos vestidos largos que solo se usan para una sencilla ocasión.
Solo fui tu diversión, pero tarde comprendí, hoy con la decepción a flor de piel, como se dice, bajo la miel está la hiel.
Aquel verano te descubrí, maravillosa, brillante como las estrellas, radiante como el sol.
No esperé aquello de ti; creí que por fin acerté en lo bueno, pero solo fue todo cuestión de tiempo.
Llegó el invierno; aquella tarde fría me diste la estocada; recuerdo, allí empezó mi infierno.
Aquel momento se volvió eterno, que hasta el día de hoy sigue en mi mente tan fresco como tan reciente.
Ojalá hubiera podido tener el poder de un vidente para anticiparme a tu gran jugada, tu grandiosa maniobra.
Te fuiste de mis manos, de mis brazos, rechazando mis besos y mis abrazos; me quedé destrozado.
Todo fue desde entonces muy amargo, yo aquí sentado, pensando cómo estarás siendo muy feliz, disfrutando.
Ya nada queda por remediar; en mi habitación, yo, muerto, encerrado, con mi calvario.
Mientras tú, en compañía de aquel viejo amor de la mano, \"ese maldito bastardo\".