El sol apenas roza la ventana,
y tú, aún entre las sábanas,
eres todo lo que necesito para empezar el día.
No hay prisa,
solo el susurro del tiempo que se detiene
cuando mi mano, lenta,
recorre el mapa que es tu piel
despertándose.
Tus ojos medio abiertos,
y yo, atrapado entre el deseo
de no dejarte ir y la certeza
de que este momento podría durar para siempre.
Cada roce es un diálogo silencioso,
una promesa que no necesita palabras.
Tu respiración es música que marca el compás,
y yo, que solo soy un viajero,
sigo el ritmo de tus curvas
como si fuera la primera vez.
El día puede esperar,
porque en esta cama,
el mundo no existe
más allá de nosotros.