En una época donde el oro y las tierras eran la obsesión de los conquistadores, Alonso, un joven español, llegó al istmo panameño con la ambición de encontrar riquezas. Pero, entre la espesura de la selva y el brillo de los metales, encontró algo más valioso: el amor.
Un día, mientras exploraba la densa selva, Alonso se topó con Yara, una india de extraordinaria belleza, hija del cacique de una tribu que vivía en armonía con la naturaleza. Sus ojos, de un brillo profundo como el agua de los ríos, y su sonrisa, que parecía iluminar incluso las sombras de la jungla, cautivaron al joven español. Yara, a su vez, quedó intrigada por el hombre de tierras lejanas que se atrevía a desafiar los misterios del bosque.
Con el tiempo, Alonso ganó la confianza de la tribu gracias a su honestidad y a su creciente amor por Yara. Fue entonces cuando ella le habló de un tesoro ancestral oculto en las entrañas de la selva, un secreto protegido por generaciones. Este tesoro, dijo, no solo contenía oro, sino la esencia misma de la naturaleza, que debía ser cuidada y no saqueada.
Guiado por Yara, Alonso atravesó ríos, montañas y espesos follajes. Durante el viaje, enfrentaron peligros, desde fieras salvajes hasta trampas naturales y su vínculo se fortaleció. Finalmente, llegaron a una cueva oculta por cascadas, donde el tesoro descansaba: figuras talladas, piezas de oro y joyas rodeadas de raíces y flores. Sin embargo, Yara le advirtió que el verdadero tesoro no era el oro, sino la conexión con la tierra y su respeto.
Aunque Alonso deseaba llevar parte del tesoro consigo, se había enamorado de aquella mujer de piel canela y ojos con el brillo de estrellas, entonces comprendió que su amor por Yara y la lección que había aprendido eran más importantes que cualquier riqueza material. Decidió quedarse con ella y su gente, convirtiéndose en protector de aquel secreto. Yara destacaba no solo por su belleza, sino también por su inteligencia y capacidad para servir como puente cultural. Adoptó las costumbres de los colonos, aprendió su lengua y se convirtió en intérprete, desempeñando un papel crucial en las conquistas y acuerdos diplomáticos
La historia de Alonso y Yara se convirtió en una leyenda en la región, recordando a todos que el mayor tesoro no es el oro, sino la armonía con la naturaleza y el amor verdadero, debemos destacar que se desconoce el destino de los amantes, pero su legado perdura como símbolo de amor, sacrificio y encuentro cultural en la historia de una pequeña tierra de América conocida como Panamá, donde ambos océanos Atlántico y Pacífico se besan con sus aguas recordando la historia de aquel amor.
*Yara en idioma indígena gnäbe significa riqueza.
*El mensaje es muy importante, sobre todo en estos tiempos de cambio climático y explotación de minas. Hay riquezas en el subsuelo, minerales como oro, plata y cobre, pero lo mas importante es estar en armonía con la naturaleza y no destruirla por la ambición.
Justo Aldu
Panameño
Derechos Reservados / noviembre de 2024