GDA

DIME QUE ERES MÍA, AUNQUE TENGA QUE MORIRME.

¿Cómo puedo saber si me llevas a tu lado
cuando te encaminas, ser de belleza, por la vida?
¿Cómo saber si acaso no le has impedido
a mis ojos la visión de tu alma?
No sé cómo saber si aún mi piel roza con sutileza
la suavidad que conservas en tu faz,
no sé si aún le permites resueltamente con prontitud
a mis deseos recorrer la fertilidad de tu cuerpo;
dime, mujer, que aún mi boca duerme
en la proximidad de la tuya desde la comunión
de nuestros labios entre pétalos de rosa
y que mi sonoridad aún te causa estremecimientos,
confiésame que aún te acurrucas en mi cárcel,
que esbozas mi geometría en tus horas de fuego,
que en tus momentos -con ese delirio que se acrecienta-
tus ojos, en mi rostro, incrustan exaltaciones,
que en los míos te sumerges para hallar mi misterio,
que creamos un universo para morar sólo los dos,
dime que este arrobamiento lo consiente Dios,
dime que eres mía, aunque tenga que morirme.