Traspasar la puerta membranosa del silencio
y encontrar, al otro lado, el higo enésimo de
una gran orilla de furia habilosa respirando,
hibernado en la caricia albina, llorada
de emoción. ¡Oh mente del deseo blanco,
que espera en vano!
Cruzar las cutículas tormentosas del tiempo
y un parpadeo en el túnel satinado de la soledad
junto al taciturno pretérito con su calcomanía
intransigente, haciendo cosquillas por la espalda.
Sumergirse en los arrecifes crepusculares del poniente
y arropar esa lágrima incrustada en el velo lunar impaciente,
cómo nos habían ya contado la oscuridad que delira
de un mundo sembrado de elegías malheridas.
¿El pensamiento está en fuga de brazos cruzados?
Vislumbrar entonces que todo parapeto de alto vuelo
es aquel diente tristísimo tan oscuro que cala
la perfidia de una llave misteriosa bostezando en su razón,
perfumando en la magia del incendio de mil facetas,
que se accidenta dentro del fracaso del espejo,
mientras hiere el alba
cuando nos llega la frescura de un ardor milenario…
Ivette Mendoza Fajardo