Amo a la gente con todo el ser,
con manos abiertas, con ganas de ver
si mi ternura los puede sanar,
si mi risa logra su luz encender.
Pero a veces el viento devuelve vacío,
ecos de afectos que nunca han sido.
Yo doy sin medida, sin cálculo o plan,
y a veces me hallo en un frío abisal.
Mi corazón late, inunda y florece,
aunque a menudo la sombra lo mece.
Doy tanto de mí, sin pedirlo en palabras,
y el mundo responde con balanza en pausas.
No anhelo tesoros, ni joyas doradas,
sólo un reflejo, un gesto, una mirada,
que muestre que el dar también puede brillar,
y que mis manos no vuelven al azar.
Pero aunque reciba silencios, despojos,
sigo entregando, sin peso en los ojos,
pues dar es mi fuerza, es mi voluntad,
y aunque no vuelva, me abraza mi verdad.