Lluvia, apaga la sed que habita el alma
de la tierra, bendice la simiente
de los campos, que el río sea fuente
y navegue crecido en brava calma.
Que nazca el trigo verde y vigoroso
y sus espigas crezcan en muy buena
hora, que amasen pan y la gangrena
del hambre la enterremos en un foso.
Que ningún niño sienta sed ni ayuno,
que en sus ojos fulgure la alegría,
que no sientan jamás la pulmonía
del abandono cruel, en modo alguno.
Que la barbarie nunca les asalte
y que en sus vidas siembren primaveras,
que les abran caminos y fronteras
y un libro entre sus manos nunca falte.