Yeshuapoemario

Les rogamos que adviertan a los indisciplinados, consuelen a los deprimidos, apoyen a los débiles y sean pacientes con todos (1 Tes. 5:14).

 

En el tejido de la vida, hilos de esperanza se entrelazan con la paciencia, formando un tapiz de perdón y amor fraterno. Cada acto de comprensión es una estrella que brilla en la noche del desconsuelo, guiando a los perdidos hacia la luz de la empatía. La fortaleza se encuentra en la gentileza, en el sostén a los que flaquean, en el aliento a los que luchan con la carga de la tristeza. La paciencia es el río que fluye suavemente, erosionando la roca de la discordia, llevando consigo las hojas caídas de los malentendidos.

 

El perdón es la llave dorada que abre las puertas del corazón, liberando las cadenas del rencor, permitiendo que el amor florezca en los campos antes yermos del alma. Como el sol que se levanta tras la tormenta, el perdón ilumina los caminos oscuros, secando las lágrimas de la aflicción, calentando los corazones fríos. La compasión es la brújula que nos guía, el mapa que nos muestra el camino hacia la reconciliación, hacia la paz que tanto anhelamos.

 

En la danza de la convivencia, cada paso de tolerancia es un movimiento hacia la armonía, cada gesto de apoyo es una pirueta que eleva el espíritu. La paciencia es la música que nos invita a bailar, a pesar de los tropiezos, a pesar de las caídas. Y en este baile, aprendemos que cada persona es un universo de emociones, un mundo por descubrir, un hermano o hermana con quien compartir el viaje de la vida.

 

Así, en el altar de la humanidad, ofrecemos nuestras ofrendas de misericordia, construimos puentes de entendimiento y sembramos semillas de unidad. Porque en el perdón encontramos la verdadera libertad, en la comprensión hallamos la verdadera sabiduría, y en el amor al prójimo descubrimos el amor más grande, el amor que todo lo transforma y todo lo redime.