Alguna vez dije que de mi boca
Abortaría nuestra única promesa:
Que las palabras se mueren de hambre
Y que los instantes donde con ternura lo deseábamos todo,
Con sus disonancias y silencios,
No fueron sino una fatiga bendita,
La prueba de alguna maquiavélica voluntad
Deletreando, con una suerte de saña y clarividencia,
Cada uno de los versos que pintan
La ignota ambición de nuestras páginas en blanco.