Se equivocaba en cada recuerdo, erraba las calles y no reconocía las esquinas. Sus memorias no eran compartidas, y lo que fue, lo que era, ya casi no existía.
Pero dentro de ella, algo fuerte se hacia verdad, como son verdades, las piedras y las espinas. Un sentimiento inequívoco de rabia, de amor y también de ira, y por eso, cada día se decía, mirándose al espejo... yo no estoy perdida.
Soy y seguiré siendo, por sobre todas las cosas, yo misma. Y fue así que su vida cambió, las noches se hicieron más cortas. Los días fueron claros bajo el sol y la luz que irradiaba, todo se encendía. Y se esfumó la niebla de los demás, de los no sé y de las mentiras.
Vivir es vivir, se decía y vivir amando es una llama, que todo devora sin dejar brasas ni cenizas. Su memoria fue entonces la memoria y su vida, la vida. Una vez le preguntaron su nombre y ella dijo sin dudar, María