El plan para la vida no cabe en palabras escritas,
carece de los caminos anegados de devenires,
de los charcos donde el azar desliza su sombra.
Una vez cifrado,
ya hay poco por hacer.
Los márgenes blancos del formato A4
se tragan el caos,
las curvas del error,
los senderos donde se bifurca el deseo.
Nada que hacer.
Fin de la historia.
Confirmo, a cada instante,
que no hemos superado la esclavitud.
Aunque despleguemos banderas de progreso,
aunque argumentemos en discursos de retórica fría
las formas del éxito
o los frutos del esfuerzo,
seguimos encadenados.
El plan nos precede,
y nuestras manos, dóciles,
sólo firman su destino.