Los cerezos en flor pintan el ejido de un rosáceo color.
Desde mi refugio contemplo el suceso…intrigado por un optimismo inusual.
Mirar el campo en su quietud…contagia su calma,
me embelesa su mansa estancia,
deleita el alma…
aquel renacer primaveral que se viste de fiesta en cada rincón.
Con cuanta nostalgia tuve que lidiar,
cuanta melancolía acariciaba mi añoranza,
pero hoy la incertidumbre no cabe en este momento de esplendor.
Las contradicciones apartaron su deslucida apariencia…
y en el ambiente un olor a fragancias…
engendra armonía al sentimiento…
a veces tan irreverente y esquivo,
pero ahora haciendo de lo intangible…una eminente señal…de un “volver a empezar”.
Sakura, te veo florecer…después de un largo padecer entre lamentos…
y después de esta aislada soledad.
Cien años de abandono…mil de indiferencia… aguardando verte regresar.
Sakura déjate observar con pasión…para escudriñar en tu naturaleza…
el embrujo de un amor inmortal.
Soleado día de belleza original,
con la brisa besando los pétalos de los cerezos…
en muestra de su afecto y lealtad.
Vida y muerte en un mismo instante,
la fugaz experiencia de existir,
desde la sublime perfección de ser…
al drama de un otoño tenaz…
que empuja la hojarasca hasta el barranco de una realidad irreversible…
cual hecho natural...ineludible.
Acepto todo aquello que venga…
como acepta diciembre el frío invierno llegar,
como los peces no contradicen el destino de la corriente…
que los arrastra a cualquier lugar…sin saber su final.
Admitido los propósitos de Dios…
como el cerezo se resigna a la expiración de sus días de color…
sin renegar de aquel designio celestial.
Así acepto yo…lo atroz de tu desaparición…como los cerezos.