Los obscuros cipreses
del viejo campo santo
se yerguen puntiagudos
ante el cielo lejano.
¡Sonad, sonad, campanas!
¡Ya al pueblo voy llegando,
y la regia silueta
me recibe en sus brazos!
Sabe que soy su amante
desde hace muchos años.
Con pantalón cortito.
Con raídos zapatos.
El que mandaba cartas
entre risas y llantos
escritas sobre nubes
de otros cielos hermanos.
El que se revolcaba
en aquel polvo arcano
de sus ilustres ruinas
las tardes de verano.
¡Sonad, sonad, campanas,
que el cielo está cercano!
Ya bajan las cigüeñas
del viejo campanario
a comer de mi grano.
¡Cigüeñas de la torre!
¿No recordáis mis años
cuando corría loco
esta plaza jugando?
Pero al salir del pueblo,
cruzando el campo santo,
se inclinan los cipreses
y me besan las manos
susurrando en mi oreja:
-Te estamos esperando.