Rugió como una fiera,
gritos atronadores de garganta
infame.
Una, otra y otra vez
cubrió su cuerpo de morados lirios.
crujieron las paredes
al certero golpazo de su daga,
y, con su cobardía a hombros,
escapó cerrando la puerta.
¡Yo era demasiado pequeño!
Y desde mi escondite
podía escuchar su estertor.
Espantado corrí a su encuentro
y un ardoroso río de ansiedad
surcó mis piernas.
La encontré con sus ojos transparentes
como cristales verdes que se apagan.
Con un hilo de voz dijo mi nombre,
y, el color de la sangre hirió sus labios.
¡Yo era demasiado pequeño,
demasiado pequeño!