El sol se escondió detrás de las nubes porque un día la luna lo rechazó.
Lo rechazó según dicen, porque él es muy ardiente y la luna es muy tranquila.
El problema es que ambos no son compatibles; mientras el sol se despertaba, la luna se dormía.
Nunca coincidían, o si lo hacían, tardaban años para que sus caminos se cruzaran.
Y llegado ese momento nunca platicaban, solo se eclipsaban y ambos se observaban.
El sol enamorado le juró amor eterno; le dijo que su camino siempre iluminaría; la luna no le dijo nada.
Ella en cambio buscaba otro tipo de brillo, otro calor; consideraba que el sol se creía el centro de atención.
En el día, a veces la luna se asomaba con timidez, se mostraba y el sol muchas veces lo ignoraba.
Por las noches la luna lo esperaba para darle una oportunidad, y el sol nunca aparecía.
La luna ya no le tomaba en serio; él no hacía ningún esfuerzo para estar con ella en su universo.
Lo que le atraía a ese astro gigante es que aquel satélite natural era todo un misterio fascinante.
Solo mostraba un lado de su cara mientras que la otra la ocultaba: un lado tibio y la otra helada.
El sol nunca se cansaba; cada día la admiraba, pero no la alcanzaba; ella aún más se alejaba.
No comprendía que la distancia de los años luz, y la lejanía, era porque la luna ya se aburría.
Viviendo siempre en agonía, iba apagándose por ella día tras día, perdiendo su gran destello.
Dicen por ahí y en algunos cuentos que a la Luna le gusta la miel y los casamientos.
La luna al sol ya no lo espero; lo rechazo porque se enamoró de un astro llamado \"Tierra\", quien lo tiene viviendo en su cielo.