Una tarde de otoño, bajo el susurro del viento,
crucé un instante que nunca imaginé eterno.
Entre luces y sombras apareció su figura,
su mirada, un destello, desarmó mi armadura.
No fue buscado, ni en mi intención estaba,
pero su belleza, como un poema en calma,
se alzó imponente, como torre divina,
y mi fortaleza tembló, sin que su mano hiriera la mía.
Pensé en Salomón, sabio entre sabios,
que quizás ante esto, hubiera callado.
Porque hay miradas que el corazón sacuden,
y dejan al alma rendida, sin refugio donde.
Dios, desde lo alto, me observaba en silencio,
su juicio sentí como un peso inmenso.
\"¿Qué haces, hijo, con el don que te he dado,
si el hogar que construiste es amor consagrado?\"
La locura fue breve, como estrella fugaz,
pero su huella, intensa, no quiso marchar.
Aun así, no cedí, no busqué lo prohibido,
porque mi juramento es sagrado, y mi amor, infinito.
Hoy agradezco aquel instante confuso,
que puso a prueba mi fe y mi rumbo.
Comprendí que el deseo puede ser fugaz,
pero el amor verdadero es un puerto en paz.
Mi familia, mi templo, mi mayor riqueza,
donde la risa y el amor siempre regresan.
Dios, juez y guía, me llevó al camino,
y hoy vivo agradecido, en paz, con lo divino.
La tentación es fuerte, pero el amor lo es más,
y mi corazón pertenece a donde siempre querrá estar.
Autor: Johnny Meléndez Paima