Los campos los araron muchos,
pero el trigo creció para unos pocos,
para llenar un plato,
para saciar un hambre.
Ni un grano guardó la tierra
para el pájaro errante,
ni una brizna de sol para el vecino
que se duerme con el frío, su amante.
Manos que se cierran para no dar,
uñas que rasgan el viento
y esconden el fruto en el pecho
como si el mundo terminara
en la frontera del yo.
Cuchillo de la indiferencia,
pan que no se reparte.
¿De qué sirve la madre tierra
si el pan no llega a todas las partes?
Cava, hombre, cava tu tumba
con la pala de tu egoísmo,
y entierra en ella el latido
que olvida el corazón ajeno.
Porque quien come solo
se llena de vacío,
y quien niega su bondad
vive en la noche sin abrigo.
José Antonio Artés