Lleno del aura brava de la noche,
raíces en el suelo crecen como garras
Los tallos de beldad se diluyen en sangre
y su presencia se vuelve informe.
Invisible a los ojos, duele en el corazón,
el llanto de las ninfas amarga sus mieles.
El ángel del precipicio,
como me hizo nombrar el altisonante
me llama a explotar mi talante
me llama a socavar ventanas y furias.
Esparciendo los dotes de las parcas,
exigente hasta la locura, arrojo mi nebulosa
entre fiestas y credos paganos.
Viejos amores entre mis brazos
imitando la moda del destino,
entierro lo anodino de sus pesadillas
y las filtro entre razones seculares.
Calladas en su sed planetaria,
nutren al insecto interior
el estado larvario de su propio temor.
El futuro es una excusa,
y para vírgenes de recónditas matrices,
el tesoro y pretensión de su circular vida.
El viñedo que invita a ahogar la tristeza
lo que mejor se ahoga es la palidez profunda
de apostar por tierra y desencadenar un mundo,
un tumulto de fuego e inocencia.
Lo que tendría que ahogarse
es la esperanza de la inspiración,
que no es sino la libido de vísceras al aire
y manía poética de ser la nada misma.
Y de pronto me vuelvo hueso,
un roído hueso que añora ser carne,
que quiebra por alcanzar el cielo.
Lleno del aura brava de la noche,
raíces en el suelo como manos sórdidas
y la única excusa para crear y para amar,
es que la musa muere
como poema en la hoja.