Fue una mala idea.
La vi de reojo,
espachurrada en una esquina del tiempo,
con cara de mota mutilada por sus sonrojos,
rezumando ya naranja por uno de sus pómulos.
Seguía extraviada,
suspendida en aquel rincón arcano,
en mitad de la nada,
sin razón, sin poder ser, sin tener que decir.
Sin duda que era ella,
ya empezaba a echar tintes rancios,
olores a fastidio
y graznidos de descaro.
Ella no me vio,
continuaba de frente a su patio ladeado,
dónde colgaban rezos,
por dónde le corrían ríos de lascivia por una pata,
alabando a arcoíris de blanco y negro.
La reconocí al instante,
era ella,
sí,
la idea,
esa idea del pasado que una vez fue,
“feliz”,
siendo la actriz principal de un cuento aún por escribir,
con su opaco pelo de cañizo,
su mirada arenisca,
y aquel lacio atuendo de guijarros.
Pero imposible de vestirla al futuro,
no sobreviviría en una mente sin techo.
Y por sus maneras,
esa idea no sabía percibir que vientos la rodeaba,
¿Mistral?
¿Poniente?
¿Cierzo?
¿Quizás un levante?
Ni respetar a los aires que la mecían.
¿O es que la pobre idea estaba confundida?
¡Uhm!
Si nos metemos en terreno de velocidades y tocinos,
entonces,
tal vez alguien la absuelva de la borrasca.
Era una idea con cara y ojos,
pero quedó tullida en el trastabillo.
Lástima,
cosas de la vida,
y es que esa idea era vetusta.
¡Ay! Fue una mala idea.
José Ángel Castro Nogales
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28/11/2024