En esas noches donde las calles vacías de la ciudad y el pasaje francés hacen eco con las risas de los vagabundos, es ahí donde nace la curiosidad, la idea, el sueño lúcido del soñador. Sin saberlo, es infinitamente pequeño en comparación con la historia de los muros que fueron observadoras del paso del tiempo, pero inmensamente grande con cada partícula, átomo que forma su conciencia y crea el mundo. Así transcurren sus noches en quietud, esperando la mañana.