Un arácnido malvado
se detuvo frente al río
el que ya había cruzado
sobre un sapo, como un crío.
Esa vez mató aquel sapo
ensartando su aguijón
con natura, sin solapo,
y también sin compasión.
Ese día en la rivera
otro sapo lo miraba
y el arácnido a la espera
sutilmente le danzaba.
Se acercó para pedirle
que en su lomo lo llevara;
y el batracio, ya al oírle,
hizo que mejor saltara.
Se alejó del alacrán
antes que este lo picara
los que leen ya sabrán
lo que “Esopo nos dejara”.
Y en el agua cayó un globo
que el arácnido miró
y de listo pasó a bobo
y en el globo se subió.
Y flotando en aquel río
su natura resurgió:
«Pinchó el globo y fue al vacío
y en el río se ahogó».
Quedan hoy dos moralejas
que también tienen sus creces:
«Quien no olvida cosas viejas,
no tropezará dos veces…
…La maldad pesar tributa,
pues resulta muy ingrata;
y quien su maldad disfruta,
su maldad también lo mata».