Desde la conspicua nebulosa en el astrífero mar
desdeñaste el amor y decidiste envidiar.
La soberbia inoculó tu corazón;
sevicia eterna: fue tu perdición.
Tu hermética alma se pudrió
y de hedores fétidos se llenaron tus intenciones.
El amor de Dios no te fue suficiente,
en la perfidia de tu mente: satánicamente inmanente.
Te cubriste en pecado; fuiste execrado.
El asceta cubre con ceniza su cabeza,
mientras tú decidiste bañarte de vanagloria.
Los falsos títulos te los has asignado,
pero no tienes poder, Dios te ha delimitado.
Sé que en tu corazón no guardas rencor,
enajenadamente tú deseas ser Dios.
El primer \'Gran homicida\' eres llamado,
de ser por ti, ya lo habrías asesinado.
Y es que hay gente que te compadece,
sin saber que en tu interior habitan las tinieblas.
Eres excelente teólogo; magnífico escriba,
pero a la Verdad tuerces con tus mentiras.
¡Oh, exquerubín!
Vituperio deberías de sentir.
De ser lo más excelso de la creación,
descendiste a ser la peor abominación.
Aun enfermo de sed de venganza y de poder,
sabes que Dios te ama y te provee,
y ese será tu perenne tribulación:
que no podrás ser como Nuestro Señor.
Tú, que estuviste cerca de Dios;
a un lado de su trono contemplando su esplendor,
te creíste ser demiurgo: todo un creador.
No reparaste en blasfemias, beligerante de San Miguel.
¿Quién como tú, Miguel?
¡Quién como Dios, Lucifer!
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BL.