De vez en cuando ocurre que un sol caníbal muerde al tiempo
consonántico y lo mastica con un propósito exasperado de ilusión.
Le recuerda que debe poseer su heliocentrismo medieval.
Este cae en un vacío hepático y aletargado de ideas apasionadas
que, por un instante, parece casi sempiterno; por lo tanto,
surgen en sus rayos hambrientos, manecillas láser donde
orbitan amaneceres que han permanecido danzando
en una red de nostalgia y congoja.
Sucede entonces que el sol caníbal,
al no sentirse comprendido,
resurge de su desliz y regurgita el tiempo de nuevo al mundo,
ya hilvanado de paciencia.
Como un reloj herido que resucitan sin previo aviso,
el tiempo retoma sus brújulas, que apuntan al infinito,
y comienza de nuevo una radiante realidad.
Juntos, al darse cuenta de que
un sol hambriento o un tiempo sin permanencia humana
no tienen cabida en esta era de médula digitalizada.