“Nadie se salva”
Nadie se salva, me dijo.
De un amor perdido.
De una insólita forma en que algo no se logre.
Nadie se salva, volvió a decírmelo.
Y yo, que en todo me distraigo, esta vez me quede muda y presta a oírlo.
Nadie nunca se ha salvado de una catástrofe absoluta.
De un querer no bien dado y también, de no querer el querer que se nos ha estado dando.
Anda una sin pensar en esas cosas, pero una tampoco se salva de los engaños, de engañar y ser engañados.
Nadie se salva— Le repetí, mientras para entonces yo ya entendía lo que él quería decir, sin embargo no comprendía la amplia verdad de sus palabras. Y en mi interior pensaba. —¿Podrá una salvarse de no resultar enamorada?
—Nadie se salva.— Me lo volvió a repetir.
—Pero quizá si se salvan.— Le respondí sin pensarlo dos veces. —De los niños y los columpios. Del hogar y la monotonía.
Él se burló, creo que de mí, pero también creo que de sí.
Nadie se salva y, quizá, algunos se salven, en lo que a eso te refieres. —Dijo— Pero quizá en un par de años digas que no querés ser salvada, porque tampoco nadie se salva de perder los ideales conforme el tiempo transcurra y uno cambia.
Y fue viéndolo sin decir nada cuando comprendí que, nadie se salva.
De un día pensar que no y, al otro poder al fin dormir sin revuelo y sin pausas.
Uno al costado del otro.
Ambos arropados al calor que emana el calor del otro.
Abrigos humanos y brazos anclados mientras él murmuro de los ecos de la noche pasan desapercibidos porque ambos se privan tanto que ya nada queda y ya de nada se sabe.
Ambos no haciendo nada más que despojarse de todo, incluso de la individualidad de sí mismos.
Porque en el mismamiento de ambos la idiosincrasia se acaba.
¿Nadie se salva?
Me lo pregunto cada noche mientras apago la luz y un gato viene de vez en cuanto a velarme el sueño, cosa que, ya no me sorprende y, ya no me perturba.