Esferas de fríos cristales
adormecían sus sentidos,
aguardaba por nadie
sentada en la banca de aquel parque.
Se le aproximaron unos perros
de hermosos colores, ellos eran normales,
«no hay felicidad que irradie»,
dijo uno de ellos,
luego corrieron despavoridos.
La marea era tan alta,
que azul cubría la banca de aquel parque,
ella aguardó como quien nunca se espanta,
dejando que fuese la tibia luna de invierno
la que la llevase a otra parte…