Vuela en penumbra como ave rapaz,
negra y taciturna, al acecho de vida,
cobijada en rabia oscura y contenida,
sangra su herida por desear el mal.
No sabe la rosa por qué la flagelan,
ni qué mano maligna mutila su brote;
no hay lágrima que al agua le derrote,
ni gotas en el aire que la consuelan.
La envidia se nutre, pero nunca se sacia,
devora lo ajeno, dejando dolor;
es hambre insaciable que ignora el clamor,
ni al cansancio cede, ni camina con gracia.
Es árbol que crece retorcido en su raíz,
marchitando su fruto, su orgullo más caro,
creyendo que al fin sería dulce y claro
el goce que añora, su esquiva matriz.
¿Quién puede vivir ajeno a tal veneno,
que corrompe la calma y suelta cadenas?
Quien envidia, su alma a sí mismo condena,
y abre la ventana al abismo más pleno.
José Antonio Artés