De niño, recuerdo emocionarme porque mis primos, a los cuales no veía tan seguido, iban a venir a la Ciudad a pasar las fiestas decembrinas.
Recuerdo ir a la iglesia y verla llena, ver caras que no se veían otra fecha en el año, o incluso uno que otro amor platónico.
Recuerdo en la iglesia, además de la música y la predicación, había un momento en que todas las luces se apagaban y con velas para iluminarnos, cantábamos Noche de Paz.
Recuerdo que me emocionaba llegar a casa, con mis mejores ropas, para sentarme en la mesa y compartir la cena con todas las personas que quería.
Recuerdo que terminando de comer, era tiempo de jugar fútbol, tronar cohetes, salir. Podían ser las 2 o 3 de la mañana, y el tiempo no importaba. Estaban mis primos, mis amigos y todos estábamos pasando el tiempo juntos.
Al día siguiente, encontrar un regalo con tu nombre, sin saber que era, me causaba alegría. Y después el recalentado delicioso.
Recuerdo manejar por las calles, y ver las casas adornadas, que aunque no lo crean, dan una vista más alegre a las calles. También recuerdo cantar los villancicos o canciones navideñas, y son un recordatorio del porqué de la Navidad.
Aunque pareciera que vivo en el pasado, en mis más recientes años, trato de compartir la felicidad que me da la Navidad con todos, especialmente con los que tienen menos.
Ya sea dando despensas, o poniéndole una cobija a una persona que duerme en la calle. Dar un regalo a todos mis invitados o simplemente invitar a mi casa a alguien que tal vez estaría solo.
Estar todos juntos, compartiendo la cena, partir piñatas y arriesgarlo todo por unos dulces, dar regalos, cantar, abrazarnos, demostrarnos amor fraternal, eso y más, es porque me encanta la Navidad.