No he escrito nada estos días.
He encendido un cigarro, no de tabaco,
para ver si el humo empuja las palabras,
pero mi cabeza sigue martillando,
y el viento se ríe en mi ventana:
“hoy no, maldito, hoy no.”
Sumergir los pies en la arena…
qué mierda, es como hundir las manos en arroz,
un acto absurdo que de algún modo
parece redimir a los poemas,
como si la arena y el arroz
fueran dioses menores de esta tragicomedia.
No soy la mejor persona,
tal vez por eso la poesía
se burla y me esquiva.
Intento entender esta relación
entre la pluma y el papel,
como si fuera un matrimonio.
Pero, ¿qué sé yo del amor?
Últimamente no me reconozco.
Soy mi relación más tóxica,
una pelea en un callejón sucio,
una prostituta gritándole a un cliente
que no ha pagado lo justo.
Todo se siente más cálido
cuando el cielo está gris,
pero, ¿y entonces?
¿Por qué no llegan?
Las palabras, los versos,
el maldito poema que nunca está.