\"Sala de embarque\"
Estoy aquí sentado,
en la sala de embarque del aeropuerto de San Salvador,
esperando con desasosiego un vuelo a Lima.
Me dan pánico los aviones;
prefiero el vuelo tempestuoso de los pájaros
que agitan mi cabeza.
Pienso en lo pequeñitos que somos en el mundo
y, al mismo tiempo, en nuestra grandeza inmaterial.
¿Puede un ave de metal trasladar esta sustancia etérea a su destino,
que ya desde sus sueños rumia los versos no nacidos?
¿Podrá mover de Centro a Sur los sueños
que aún no pertenecen a la memoria del mundo?
Mientras tanto,
convertido en insomne sombra,
velo el descanso del otro que mañana seré.
Así debe ser su sueño:
despreocupado de toda travesía,
antes de habitar la fragilidad de la piel,
antes de marchar lentamente hacia los huesos,
y más allá, y acá, del pensamiento.
¿Para qué atormentarlo con mi incertidumbre,
si pronto despertará con el olvido en otra tierra?
Y, ¿acaso necesita un falso pájaro para alzarse?
No.
Él vaga desde siempre y para siempre,
incorpóreo, imperecedero,
en la oscuridad de los ojos cerrados del cielo,
en la muerte de una estrella que persiste en sus destellos,
en el índice de un niño que redibuja una estela en el cielo.
Heme aquí,
alado como guardabarranco cejiazul,
¡pájaro-reloj!
Sobrevolando esta sala de angustia.
Ya se escucha el llamado de abordaje,
y mis temores abrazan con fuerza
a este frágil cascarón de carne
que pronto alzará el vuelo...
San Salvador, 28 de noviembre de 2024.
En la puerta de embarque.