Me quiere, sí, me quiere, como se quiere a un animalito de compañía.
Me quiere como quiere un objeto que luego desecha o pierde.
Me quiere para el calor de sus noches y para ignorarme al caer la mañana.
Me quiere como quiere el verano para relajarse y luego volver a hacerlo el verano siguiente.
Me quiere como quiere un libro que, luego de leerlo, deja de resultarle interesante.
Me quiere como quiere a la lluvia para dormir plácidamente por las noches.
Me quiere como quiere una botella de vino que, al acabarse, se lo cambia por otro lleno.
Me quiere como quiere una sábana que utiliza para cobijarse del frío.
Me quiere como quiere ese pañuelo desechable para secarse las lágrimas.
Me quiere como el ataúd quiere al muerto, o como quiere al muerto el sepulturero.
Me quiere como quiere la necesidad al dinero, o el trabajador al sueldo.
Me quiere como quiere la luz a la oscuridad y la oscuridad a la luz.
Me quiere como quiere la desesperanza al consuelo, o como la calle al pavimento.
Me quiere como quiere el pastor a su perro, como el bastón a su ciego.
Me quiere como su zapato más nuevo, como su cartera de cuero.
Sé que me quiere, de lunes a viernes, de enero a diciembre.
Me quiere, pero de la forma que lo hace, ¿Qué sentido tiene? ¡Pero me quiere!